Rubén Fontana es uno de los diseñadores gráficos argentinos más destacados. Integra el grupo de fundadores de la carrera de Diseño Gráfico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, donde impulsó y creó las asignaturas Tipografía y Diseño Editorial. Además de su trayectoria académica, su trabajo profesional ha recibido numerosos reconocimientos. Pero por sobre todo esto, Rubén es una persona respetuosa, sensible, un apasionado de la fotografía y un profundo conocedor de los tangos de Horacio Salgán. Una persona sencilla y generosa: un maestro de verdad.
Contanos Rubén, ¿cómo definirías Tipografía?
La tipografía es uno de los códigos culturales que utilizamos para comunicarnos, probablemente una de las convenciones más masificadas. Podríamos decir que el alfabeto es uno de los mayores acuerdos entre los hombres de una cultura. Las formas, los colores, los gestos y los sonidos conforman las bases de la comunicación humana y la tipografía, de alguna manera, resume esas formas culturales y las expresa a través de signos gráficos.
Los elementos que permiten nuestro intercambio de conocimientos son en sí mismos abstractos. Es sorprendente enterarse de que ciertos pueblos no veían determinados colores solamente por un hecho cultural, esos colores no habían sido instalados en su imaginario, no estaban nombrados, no había una definición de ellos y, por lo tanto, no existían.
Pasa algo similar con las formas, según la cultura de cada sociedad, el ser humano ve de una u otra manera. Como hecho ilustrativo, baste señalar que hasta que no se desarrolló la cultura de la perspectiva durante el Renacimiento, se producían imágenes con otra estructura visual que hoy nos luce primitiva. Después de aquel descubrimiento, todo lo vemos a través de la perspectiva. Es necesario tener otros motivos, por ejemplo estéticos o técnicos, para manifestar las formas de una manera diferente.
Estos ejemplos nos dicen que vemos lo que sabemos, por lo que ver, también es un hecho cultural y por lo tanto, a ver se aprende.
La voz ha sido traducida por la tipografía, a veces con más éxito que otras. Tal como la conocemos, se desarrolló en determinado medio cultural y a este medio responde con cierta precisión. Quiero decir que surgió y fue desarrollada para la anotación de idiomas existentes en Europa y Oriente.
El tema es que cuando a la tipografía hecha por aquellas culturas se la intenta extrapolar a otras se presentan algunos inconvenientes, porque los sonidos no coinciden con la grafía y entonces es necesario reinterpretar su utilización para adaptarla a esos otros sonidos, aquellos que originalmente no habían sido previstos.
La tipografía es entonces una convención, en este caso gráfica, que sólo existe en la medida en que existe la cultura que permite interpretarla, que a través de sus formas traduce sonidos y expresiones, que también estos deben ser conocidos e interpretados por el lector.
¿Cómo relacionás esa definición con el trabajo profesional cotidiano?
La diferencia entre el discurso y la práctica profesional es que ésta se basa en experiencias y de estas experiencias deriva el oficio. Estos factores son los que definen a un profesional, que sabe entonces cuál es la manera de resolver con cierta solvencia las necesidades de un mensaje para que el mismo cumpla su misión.
En la vida cotidiana, la tipografía tiene una responsabilidad mayor dentro de lo que es una comunicación, porque la palabra escrita, es la forma más precisa entre los humanos para su intercambio y entendimiento cultural. Más que las formas, los gestos y los sonidos, que son estructuras comunicacionales con mayor posibilidad de ser reinterpretadas por cada persona, la palabra escrita dice lo que dice y además, permanece.
Luego, para resolver lo que plantea el hacer de todos los días, habrá que tomar en cuenta la cuota de intuición, de innovación y adecuación a las circunstancias culturales de la época y de la audiencia que tenga ese mensaje. La unión de todos estos aspectos hacen al trabajo cotidiano y, adecuadamente dosificadas, determinan que el mensaje posea el interés, la claridad y la efectividad requeridos.
Aunque comencé muy joven, creo que recién desde los 18 fuí medianamente conciente de lo que hacía y, desde ese momento, he intentado transferir al oficio de comunicar con tipografía el mayor rigor del que fuera capaz.
En el recorrido profesional, me tocaron épocas buenas y otras no tanto. Una de las más recordadas fue la que compartimos con Juan Carlos Distéfano, primero en el Instituto Torcuato Di Tella y después en nuestro propio despacho, entre los años 1964 y 1976. En aquel entonces, por el tipo de requerimiento profesional, teníamos muchas posibilidades de desarrollar diseños experimentales basados en la tipografía.
Luego, se sucedieron otros momentos, donde el tipo de encargo hizo que tuviera que desarrollar una puesta tipográfica más dura y precisa. La aplicación de ese rigor también me dejó disciplina y conocimientos.
Después llegó el compromiso con la enseñanza y la aparición de la revista tipoGráfica, que ya lleva 17 años difundiendo la problemática de la comunicación gráfica. Para dotarla de una familia tipográfica que la identifique, desarrollé el diseño que posee 30 alternativas de uso.
Los trabajos para grandes grupos empresarios e instituciones me permitieron acopiar experiencias muy diversas. Toda nueva experiencia es para mí el estimulo motor de nuevas búsquedas.
Actualmente sigo aprendiendo, básicamente porque en nuestro despacho de diseño estoy rodeado de jóvenes profesionales con los que puedo intercambiar de manera responsable y espontánea, opiniones sobre lo que hacemos. Alrededor de este concepto hemos desarrollado una manera de encarar los trabajos que en una primer etapa es lenta, pero en cuanto se desarrolla se manifiesta veloz y eficiente.
La práctica cotidiana, entonces, es la que permite ratificar los conceptos, la que confirma día a día la validez o no de nuestras ideas. De esa práctica es que continuamente surgen preguntas y también respuestas.
¿Y cómo relacionas esa definición de Tipografía con el trabajo académico?
En mi caso lo académico fue útil para organizar el pensamiento.
A los 43 años, tuve la fortuna de enseñar en la Universidad de Buenos Aires. Por entonces Tipografía era una materia inexistente en la currícula de la carrera y ese paso por los claustros renovó el desafío que implícitamente plantea esta disciplina.
Antes de comenzar a enseñar, poseía buen oficio pero no tenía organizado un discurso. Fue la necesidad de explicar a otros y que estos comprendan, lo que me hizo tomar conciencia de la verdadera complejidad de mi trabajo.
La enseñanza fue la que me permitió un cambio cualitativo. A partir de ese momento comencé a darme cuenta, a ser conciente de que existen todas las alternativas del mundo para elaborar un mensaje, pero que sólo unas pocas de todas esas posibilidades son efectivas, y que una de todas ellas siempre resulta la más adecuada.
En mi formación y trabajo, la actividad académica y más concretamente la enseñanza, fue decisiva para progresar sobre la meseta profesional en que me encontraba. Aquella fue otra gran época.
Cambiando un poco de tema ¿Qué fue la Bienal Letras Latinas 2004?
El resultado de las exposiciones realizadas durante el encuentro «tipoGráfica buenosAires» en noviembre de 2001 nos sorprendió a todos. Creo que allí se palpó la importancia con que los latinoamericanos estábamos asumiendo el diseño de fuentes. La Bienal Letras Latinas 2004 fue una consecuencia natural de aquel acontecimiento y se realizó en cuatro sedes de manera simultánea: Buenos Aires, México DF, Santiago de Chile y San Pablo.
La Bienal fue pensada como una plataforma que sirva para el posicionamiento y desarrollo profesional de la tipografía en la región. El principal objetivo de este esfuerzo fue poder reconocernos, pero también que nos conozcan. Además, consideramos que la tipografía latinoamericana debe hacer su propio recorrido y no ocuparse solamente de la estética o de la funcionalidad de la letra de los idiomas comunes, sino también de la anotación de los idiomas nativos que todavía permanecen sin escrituras que los interpreten. Eso, a mi juicio, le daría verdadero sentido a la tipografía latinoamericana.
En todas las sedes se expusieron los mismos diseños y la convocatoria ha resultado atractiva para los colegas latinoaméricanos. Aunque se previó que todos los trabajos enviados fueran admitidos, un jurado seleccionó los mejores, los cuales serán expuestos como recomendados para su comercialización y uso. Mientras duró la muestra, cada sede tuvo la libertad de organizar aquellas actividades que consideró apropiadas: conferencias, cursos o cualquier otra actividad local.
¿Qué te impulsa a promover la formación tipográfica en los diseñadores?
El mayor interés seguramente es el de aprender, compartir conocimientos.
Para aquellos que no tuvimos formación académica el intercambio de saberes es otra manera de instrucción y tiene la ventaja de ser horizontal, es decir, que no tiene estadios jerárquicos como por ejemplo el que se establece entre el maestro y el alumno.
Seguramente, también influye lo que a cada uno le resulta apasionante. Por casualidad o no, estoy vinculado con la tipografía desde que era pequeño y la tipografía para mí, siempre significó algo más que un trabajo realizado para sobrevivir.
El conocimiento de los signos y su articulación en palabras es un mundo fascinante, lleno de pequeños y grandes senderos que se entrecruzan. Cuando una persona cree que los ha recorrido todos, descubre que esos caminos se pueden andar y desandar de multiples maneras y que cada encrucijada nos permitirá develar una parte del misterio de la tipografía.
Ese andar y desandar hace que nunca estemos totalmente seguros de saber. Siempre habrá que probar, confirmar, ratificar o no lo que se suponía. La tipografía se convierte entonces en un desafío constante.
Por alguna extraña circunstancia, presumo que a los demás también les puede interesar ingresar a este mundo apasionante, vinculado con el pasado y con el futuro... creo que lo que también me impulsa es eso, la voluntad de compartir una pasión.
© Pablo Cosgaya y revista Tiypo.